viernes, 1 de julio de 2016

EL ENTIERRO


Eran tiempos de vinos a granel y coches de linea en la plaza. Había entierros de primera, de segunda y de tercera, pero indistintamente  el difunto era acompañado por los vecinos hasta el cementerio. El empedrado de la cuesta de la libertad ponía en vilo el alma de los porteadores, la cuesta los dejaba sin aliento y un tropezón podía hacer perder la verticalidad y que se produjese un descalabro. Al cura le zigzagueaba la voz mientras rezaba, y en los brazos del monaguillo se balanceaban de un lado el incensario  y de otro el acetre con el hisopo. Muchos de los asistentes portaban  lazos negros en la mitad de la manga, y el negrillo de la plaza de Prim  anunciaba el último responso.

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