Hace años, al acercarse la navidad en el barrio de la Cábila, cuando todavía se helaban los charcos en invierno, los vecinos colocaban el pino más grande y lo engalanaban con bolas multicolores y se trenzaban las ramas con cintas similares a las que se deslizaban por los cuellos de las coristas de cabaret, y que el viento al trasluz de la noche convertía en un cóctel ante nuestros pasmados ojos infantiles.