Aquí, en el atrio de la iglesia, recogido en el zaguán, los vecinos de Villar de Acero preparan cada año el Belén. Las bayas rojas del acebo y el musgo van ganando en intensidad a medida que la luz de la mañana las golpea. La piedra rezuma silencio, y la humildad es reproducida en casas, pallozas, hórreos e iglesia, y un río como los de siempre que se aleja tras los árboles en la trastienda de la despoblación que va dejando el sabor amargo de los recuerdos. Y cada fin de semana, la belleza crece, cuando llegan los nietos, que liman el poso de soledad mientras se acurrucan mansamente al calor de las brasas con los abuelos.