En los soportales del recuerdo miro hacia atrás y veo a Emilio bajar desde el horno por la cuesta de Pradela con un varal de cinco metros al hombro y en la punta colgando un saco de arpillera para remojarlo en las aguas transparentes del Burbia, y subir de nuevo, doblar la cabeza para limpiar el horno e introducir las hogazas inmaculadas desfilando una tras otra bajo la luz de un flexo que aplastaba el rescoldo de las brasas.