Que tiempos aquellos, en los que hacer un diagnóstico sobre las solteronas que había en el pueblo y, a partir de que edad les correspondía que tuviesen de regalo un troxo en la noche de reyes, era el debate que precedía a su colocación. Era esa mezcla de tentación y ese sueño de que el troxo viviese unos pocos minutos en los brazos de alguien que llevaba tiempo deshabitado y que también necesitaba de una pareja, nos conducía a subir por los balcones sudando con desgana, tomando aire,para que la receptora bajo los efectos del insomnio no tuviese a bien estirarnos la piel con un cubo de agua.