Entre las figuras fantásticas labradas en los capiteles de la iglesia de Santiago, nos encontramos esta arpía, que con su mirada furtiva, contempla al mismo tiempo la luz que escasea y se cuela sigilosamente hacia el presbiterio y el paso improvisado de los peregrinos.
El misterio es lo que cuenta. Y esa mirada impenetrable soporta estoicamente la perforación del ojo dejando el rostro a media luz bajo una sonrisa ciega, mientras las garras acuchillan sin piedad la parte superior de la columna.