martes, 25 de noviembre de 2014

"EL MOLINERO" por Gilberto Núñez Ursinos



EL MOLINERO
El abuelo, en uno de aquellos momentos de humor que tenía muy de tarde en tarde, lo había dicho:
Teis cabeza de carneiro. Non serás outra cosa na vida.
En principio no le había hecho mucho caso. Porque sabía que era uno de esos hombres cuyo sentido trágico de la vida proviene de la definida circunstancia de haber mirado demasiado a la tierra. El abuelo era como su tierra berciana: áspero y mimoso, según los casos y las cosas. Pero lo dicho, dicho había quedado y, por veces, recordándolo, algo como un hormigueo extraño se apodera de todo su ser. Al recuerdo y al hormigueo había contribuido en diversas ocasiones los vecinos con envidias y rencillas, y los hijos de los vecinos con sus desvergüenzas y pillerías. Estos últimos, sobre todo, eran peores que los demonios del infierno.
-Topa chivin, chivin, topa…
El molinero no acertaba a comprender la velada insinuación y lo tomaba como represalia por haberle dado a alguno con el calcadero en las costillas cuando le había pillado rispiándole las cagallonadas o tirándole   piedras a los bolis  del burrón cuando lo sacaba a pastar las hierbas del patio.
E  que non podes, o que non sabes  o e que che faltan as habeleidades.
Cojonitos, pensó el molinero, las cosas de los críos, son cosas de críos; pero cuando esta camandoleira me viene con estas algo hay. Siguió dándole a la apica que, al chocar contra la piedra, parecía esmerilar algo muy parecido a una idea.
-Fai as cousas como deben facerse. Si un moin vai lampo, pica a pedra para que non encinte. E moe algo antes que meu grau, que non me salga rebrudo.
Aquello del encinte  fue dicho con cierto rintintín, que tuvo preocupado al molinero durante toda la mañana. Cierto que llevaba veinte años de casado y de descendencia nada . Los cina  y nuevas vueltas en la cama por parte del molinero.¿ Y si fuese vermalévolos?  los vecinos se cansaban de repetir que era manflorita roncoño, que estaba capado. A tanto llego la murmuración que le hicieron visitar la sabia de Castropetre. En vano. La cosa tenía hondas raíces. La sabia, mientras se ayudaba a entrar en trance a base de lingotazos de aguardiente, y el ayudante hacía rodar una pesada bola de hierro por el cañizo para pantentizar el acercamiento de los espíritus, se lo había dicho:
Ay fillo, fillo; de aqueles barros veñen estos lodos. As malas vidas. Xa sabes… Saber, saber, no sabía nada ni entendía lo que la sabia quería decirle, aunque en su magín retorcido y rudo apareció el nombre de una mujer ligado a un mal venéreo: Catalina. Pero él de Catalinas, nada. Si apenas había tenido contacto con las mujeres antes de casarse. Unicamente con dos pastoras: una vieja y fea como una centella y la otra casi una niña. La vieja se zullaba durante el acto como el tubo de escape de un camión y la casi niña le preguntaba  si de un carnero viejo podía preñar una carnera joven. Al parecer lo dicho por el abuelo era una sentencia decisiva en su destino…

su destino…

Tras poner la primera a un lado y el rolón a otro, de la quilma que había estado moliendo, el molinero se disponía a manipular en la tramoxa cuando apareció su mujer con el mego de la comida: las sardinas con pimientos y el caldín. Los pimientos y las sardinas estaban como siempre, pero cuando el molinero probó el caldín, un extraño sentimiento de ser engañado le asaltó.
-Pero Pepona, o caldo ten güesos. ¿Non comerás por diante e por detrás?
La mujer, una cachonda que lo veía bajar por las paredes, al decir de los vecinos, aunque nadie decía qué, le quedó mirando con una mezcla de cinismo y de inocencia que desembocó en una risita de enfermo con cuerpo de sano.
-Será do unto , home, será do unto.
El molinero pego un respingo. Por lo visto su mujer le quería tomar el pelo o hacerle ver  lo blanco negro. Pero él de tonto, nada, por eso:
-Pero, Pepona, o unto non ten güesos.
La mujer que tenía el pensamiento puesto en los trozos de carne de falda que había comido momentos antes, tuvo el suficiente ingenio para salir airosa del trance. Con una sonrisa que de tan mefistofélica casi tomaba naturaleza de angelical, contesto a su marido:
-E que e unto de cocho vello, animal, e que e unto de cocho vello.
Como llegaba un nuevo cliente para atender, así quedo la cosa. Pero el molinero estaba aferrado a la idea de que algo había tras todo aquello y más se aferró aún cuando por la noche una vecina, así como quien no quiere la cosa, canturreaba a media voz:
Vengo de moler, morena
De los molinos de arriba.
Dormí con la molinera, olé y olé,
No me cobró la maquila,
Que vengo de moler, morena…
La vecina hizo una pausa y el molinero dio una vuelta en la cama. Y casi en un susurro nervioso se encontró diciendo palabras cuyo sentido sólo él sabía y que no eran sino un resumen de todo lo que él presumía debía haber.
-Nadie mo quita da cabeza que estás no pozo da pena. Zis zas: pescozos o suelo. De nuevo la voz de la vecina comenzó a oírse, pero esta vez retumbante, hiriente, irónica. Con todo el veneno de un aguijón mortal:
Vengo de moler, morena
De los molinos de enfrente.
Dormí con la molinera olé y olé
Y no se enteró la gente,
Que vengo de moler morena…
Nuevo silencio  por parte de la verdad la profecía del abuelo. Las mujeres son el animal más astuto de todos los que pisan la tierra. Ya lo decía el vecino de al lado:
Nin o demo con ser demo se salvou da astucia da sua muller. Mirai o que ten na testa.
Pero, no; Pepona no era de aquellas. Aunque bien mirado; aquel ponerse de espaldas en la cama, aquellos: hoy non e día de festa o aquellos otros: Hay que estar a dieta para que sepa mellor a carne, algo querían decir. No, Pepona no era de aquéllas, pero algo había. Las mujeres –lo decía el Hermano Bruno, el poeta obsceno- tienen más corazón que un lobo de Valdeoscuro a las doce de la noche.
A la vecina no se le había terminado la cuerda, y de nuevo se escuchó su cantar, alto, cada vez más alto, casi como un tocadiscos a todo volumen:
Vengo de moler morena
De los molinos de abajo.
Dormí con la molinera, olé y olé
Y no me cobró el trabajo,
Que vengo de moler morena…
La vecina hubiese seguido con su tormento seguramente más tiempo. Pero el molinero que se sintió de repente contagiado, se lanzó como un torbellino hacia la ventana y, a su vez, contestó al cantar de la vecina con otro que no admitía dudas en cuanto a ofensivo:
Tengo ganas de golfear
Con una vieja culona
Que se llame Simeona
Y se sepa menear;
Zas,zas
Por delante y por detrás…
La vecina se retiró y allí se asomó más tarde a la ventana y contemplando la luna en menguante se dijo que si tenía cabeza de carnero, también podía cubrir el cuerpo de lana.
Y,manso de cencerro y campanilla, dirigió a su mujer una mirada agradecida…



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