Un sermón desde el balcón de una farmacia no necesitaría la Biblia, sino un prospecto, con las dosis necesarias y los posibles efectos secundarios.
En aquellos tiempos si te salias del redil es como si anduvieses por la vida contagiando pecados, sin que tuvieses tiempo para enjaguar los remordimientos y, el perdón,pendiente siempre de la profilaxis del que llevaba el alzacuello.