Fotografía de Alberto López Sánchez
Cinco de enero, no recuerdo el año, la luz de la luna se filtraba entre las nubes, y en las márgenes de los huertos permanecían casi helados los troxos, que en días anteriores habíamos ido seleccionando con la mirada, y que con la complicidad de la noche pasarían a tener su día de gloria.
El Troxo, que empieza siendo"coiña" cuando se planta, a los seis meses se proyecta como un rascacielos sobre la huerta, y a lo largo del año, con sus berzas va llenando las potas de caldo, pero, una vez al año, precisamente la noche de reyes, va ha hacer de supuesto galán para las mujeres que alimentaron su soltería con los años.
En estos días de invierno, el frío de la noche corta el aliento y mientras caminábamos por los senderos que conducen a los huertos, íbamos soplando de cuando en cuando las palmas de las manos para que fuesen entrando en calor antes de proceder al arranque de los troxos, uno de nosotros tenía la maldita costumbre de ir contándolos en voz alta, y llegado al último los transportábamos al hombro hasta el Corralón, donde esparciéndolos sobre el suelo procedíamos al reparto...., éste para fulanita que tiene poca hoja, no vaya a ser que lo aproveche mañana para dárselo a los conejos, éste otro para menganita que tiene el "mangaxo" bien gordo y reluciente...
Y casi de puntillas, bajo el silencio de la noche, nos aproximamos a los balcones y depositamos el troxo con todo el sigilo del mundo. Aunque, no es la primera vez, ni será la última, que alguna solterona se queda vigilando toda la noche, y como al parecer no era de su agrado el novio que tuvimos a bien concederle, con el balcón entreabierto nos espera cautelosamente para obsequiarnos con un cubo de agua fría, que si fría es la noche, sienta como una patada en los sagrados lugares.
Brotan las risas y el jolgorio en el resto de los compañeros que tuvieron la suerte de no ser bautizados, mientras al que le toco la mala suerte lo único que exhala por la boca es una procesión de juramentos.
Después de una breve carrerilla nos reagrupamos de nuevo. La noche se va desplomando, bajo un cielo remendado de estrellas, y el troxo que tuvo la suerte de hacer de mozo permanece todo guapo con sus hojas acariciando el cristal, mientras va llegando el amanecer, momento en el que será devorado con locura por su amada que presurosa correrá a retirarlo... Cuantos menos lo vean mejor...
¿Que pensarán?...¿Que dirán?...Tampoco me cuelgan tantos años para que estos imberbes me pongan un troxo...
Un año más, en la noche de reyes, el troxo espera dejar de ser planta por un día para convertirse en Don Juan.
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