EL PUENTE SOBRE EL RIO BURBIA
En las primeras horas de la
mañana cuando atravieso el puente sobre el río Burbia, en estos días que tan
pronto llueve como hace sol, me viene a la memoria la imagen del pintor
villafranquino Eugenio de Arriba, con sus dedos tiznados por las pinturas de pastel, y arrancándole la
luz al amanecer entre las barandillas del puente, para dejar plasmado el color
del hierro fundido sobre el papel Canson, y en un acto reflejo con el dedo
meñique difuminar las sombras. Hoy tristemente, esas barandillas inmortalizadas
tienen un adiós de despedida como las hojas del otoño, y están siendo
sustituidas por otras, estéticamente similares, pero a simple vista con una
fecha de caducidad más efímera, sustituyendo un siglo de pasamanos con
curvatura por uno recto de belleza estrangulada. Pero no tenemos porque
preocuparnos, vendrán los expertos de patrimonio, de fomento y del ayuntamiento
a explicarnos los pormenores de la gran obra y sus bondades, y lo más prometedor y sublime es que pretenden volver la calzada
al siglo XIX, eso sí con semáforos para
que aprendamos a distinguir el rojo del verde.
Y, los ciudadanos que vivimos
aquí, que pagamos nuestros impuestos aquí, seguimos siendo los convidados de
piedra, o tal vez tengan a bien disecarnos para que nos contemplen los
peregrinos y turistas como un objeto mas del paisaje, y así, no alcemos la voz
contra ese letargo en el que pretenden sumergirnos día a día estas lumbreras
endiosadas que nos van poniendo zancadillas a la esperanza.
Mis vecinos murmuran sobre la
desaparición de los bloques de piedra que remataban la cuesta de Zamora, pero
para el politiquillo de turno esto es un efecto secundario, nos dirán que forma
parte de esa ruina indeleble en que se había convertido el remate final del
puente medieval, y nos pondrán otra cara más moderna, eso sí recomendada por
los especialistas de turno y bendecida por las autoridades de patrimonio,
autoridades que bajo el paraguas de esa ley
terminarán sometiéndonos a los villafranquinos y dictaminándonos como
tenemos que cogerla para poder mear, sin infringir sus preceptos. Que Dios nos
coja confesados ante tal cumulo de calamidades y todos aquellos que son los que
tendrían que proteger nuestro patrimonio son precisamente los que ayudan a
destruirlo.
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El puente a finales del siglo XIX,
El puente en el año 1908 con las barandillas de hierro fundido recién estrenadas
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