Gilberto Núñez Ursinos
LOS CARRETEROS
Corta y pina, era paso obligado vía a Galicia, y el peor
tramo de todo el camino. Tenía que ser salvada. Y, para ello, se echaba mano de
todos los medios: las recuas de mulas lustrosas, el látigo, las patadas en el
bandullo de las pobres bestias, el esfuerzo personal de los humildes de la
villa a los que no se regateaba propinas….
A los carreteros les temblaba la paixariña cuando tenían que
enfrentarse con la cuesta de Zamora. Podía decirse que ésta, comenzaba en el
bodegón de la plazoleta, donde se enganchaban las mulas de repuesto y terminaba
en la casa de la vendedora de panecillos gainetes y aguardiente, para la parva.
El despacho de panecillos y aguardiente , tenía una forma singular de hacerse.
En vez de mostrador, hacía las veces del mismo la ventana más baja de la casa con respecto a la cuesta. El bodegón de la
plazoleta era una casa antigua de respetable fachada, a unos cuatro o cinco
metros del suelo, se veía un santín currutaco, con cara de enfermo, al que
llamaban el Santo Andrufe.
-Ay, Santo Andrufe,
tápame el culo para que no bufe.
No se sabía si zamorano, maragato o gallego, el caso era que
le había caído en gracia el nombre del santo. Y con la gracia, había llegado la
irreverencia. Tales peticiones no se escuchaban a diario, pero el santo accedió
a lo que pedía el irreverente carretero. Por esta razón, éste hizo el viaje a
Galicia sin tener desfonde en el cuerpo, y mal lo hubiera pasado si alguien no le hubiera soplado al oído que,
a la vuelta, solicitara del párroco una misa de desagravio con veliñas y flores
y se comprometiese en el futuro a adornar una vez al año por lo menos, la
hornacina del santo. La moraleja flotaba en el aire y llegaba de labios del
carretero envuelta en no se sabía qué
tanto de sorna y qué de cuanto de gato escaldado:
-Y… tapomelo. Hasta para tirar los pantalones hay que pagar
tributo.
Vía a Galicia, los carreteros castellanos trasportaban la
harina de trigo, las legumbres en general y el vino en pellejos de cuatro o
cinco cántaros. Con cubetos o pelllejos, colgada de uno de los estadullos de
los carros, iba siempre una bota de un cántaro o tres cañadas. Era el obsequio
de los vendedores para que los carreteros tuvieran provisión de vino durante el
viaje, que solia durar tres o cuatro días…
También en pellejos transportaban el aguardiente y el
aceite. Por su parte, los carreteros gallegos vía a Castilla acarreaban las
nueces las castañas verdes y secas, las patatas, los jamones, los tocinos, etc,
y tenían por costumbre llevar en el bolsillo un panal de jabón. Tenía por objeto untar los ejes de madera de
negrillo o roble para que no cantasen… La cuesta de Zamora, además de corta y
pinada, era estrecha, hasta tal punto, que escasamente podían pasar los carros
con desahogo.
-Resquiescat in pace.
Inconvenientes de la estrechez: A un carro se la había roto
una rueda mismamente cuando tenía que pasar por el lugar un entierro.
-El primero de noviembre; el ocho de diciembre, el… el… se
fodeo señor cura.
El señor cura comprendió lo último y hizo un gesto de – vaya
por Dios-, pero lo que no alcanzó a comprender era el significado de las fechas
que decía el carretero. Hasta que el sacristán le recordó lo que la iglesia
celebraba aquellos días y que iba precedido de un verbo con mal olor.
A los cantos piadosos y palabrotas se unió el plañidero
gritar del esposo de la difunta, casi en grotesco desfile teatral:
-Adiós estrelliña da mañá.¿ Non te acordaras cando
fumos a o ferido do Pozo da Cortiña? Ay,
canta fame pasamos; sólo levabámos un pimento e pan becerrado. Ay Dios, e agora
cos fillos que quedan na casa case nas
últimas. Eu morro e eu morro. Adiós fillos e muller e leiros de Corullón…
Las blasfemias eran también un medio del que echaban mano
los carreteros para salvar la cuesta. Naturalmente, herían los oídos de las beatas y de los clérigos y
más de una vez habían sido llamados al orden.
-Pero vea usted, señor cura; yo no les puedo decir -alabado
sea Dios-, porque no me hacen caso. Es a lo otro a lo que están las mulas
acostumbradas. Si no vea… Efectivamente, era como decía el carretero: Con el
–alabado sea Dios-, las mulas no se movían, pero con lo otro, arrancaban a la
primera. El señor cura terminaba siempre lleno de confusión murmurando un –Dios
te perdone-, hijo, que no eres tú, sino las mulas, y se iba con intención de
rezar un padrenuestro por los pobres pecadores de los caminos.
-Gracias a Dios.
Por fín, por fín aquellas lenguas infernales se habían
vuelto angélicas. Tres carreteros con los carros cargados hasta los topes de
piedras habían probado la resistencia del viaducto mandado construir por el
diputado a Cortes, Belaunde, con resultado enteramente positivo. La cuesta de
Zamora había sido eliminada para siempre…
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